“Nosotras vimos la primera llama. La primera mujer a la que pusimos una manta había escuchado a su madre morir por teléfono. No pudo salir del edificio ardiendo, y nosotras solo sabíamos darle abrazos”. Amalia Correcher lleva más de una semana dejándose el físico y la salud mental para echar una mano. Trabajando por encima de lo que es sano, pero como explica “ayudar está en nuestra genética”.
Ella, junto a Cristina Hernández, dirige Valientes, una pequeña empresa de educación y deporte para los niños del barrio de Campanar, que tiene una academia de repaso y un gimnasio justo al lado del edificio calcinado en Maestro Rodrigo. En cuanto se dio cuenta de la magnitud de la tragedia, Cristina abrió sus dos bajos para dar cobijo a los primeros vecinos que salían rotos del edificio.
El edificio empezó a prender, y pronto el humo fue tan intenso que hubo que desalojar la academia y el gimnasio. “A esa hora había muchos niños haciendo los deberes y hubo que desalojar todo, tuvimos a varios chiquillos con ataques de pánico. Fue una locura”, recuerda.
Correcher ofreció sus tres bajos al ayuntamiento, y los servicios sociales aceptaron y empezaron a enviar víctimas. Al gimnasio llegaron mantas, bocadillos, agua y otros enseres. Amalia se esmeró en recoger cargadores, todo para que las víctimas pudieran estar lo mejor posible e intentar evadirse dentro del drama. La óptica Savis y la farmacia Mónica Romero también prestaron su ayuda la primera noche.
Caras desencajadas
Aquellas primeras horas fueron una locura. “Fuimos las primeras en ponerle una manta a una señora que había perdido a su madre en ese instante. Hemos escuchado todas las historias que vinieron aquí pidiendo ayuda. Aquello fue muy ‘heavy’ y las historias fueron muy espeluznantes. Todos estaban idos”, explica Correcher.
Fue “un caos”. “Entraban solos y no sabíamos las historias de nadie, simplemente veíamos caras desencajadas… Solo recuerdo repartir abrazos, agua, mantas y bocadillos sin parar. Intentamos todo lo posible porque se pudieran evadir, pero van a necesitar un psicólogo mucho tiempo”, cuenta la directora de ‘Valientes’.
Y no solo los vecinos, Amalia y Cristina también. “Tengo alucinaciones y no puedo dormir. Necesito un psicólogo cuando acabe esto”, explica Correcher, rota también por el incendio. Pero eso será después, de momento sigue trabajando para ayudar a sus vecinos, ya que Valientes se ha convertido en el centro que coordina todas las donaciones.
Para Patri
Por si fuera poco, Amalia iba a entrar a vivir en esa finca en un mes. “Estoy empadronada allí ahora mismo“, explica. Conocía a muchísimos vecinos y tiene una relación especialmente buena con Julián, el conserje. “Muchos niños que vienen a la academia son hijos de las familias que vivían ahí. Son nuestros vecinos ¿Cómo no íbamos a ayudar?”, explica.
En uno de los bajos Amalia y Cristina empacan cajas con nombre y apellidos. Una lleva un papel que pone “Para Patri”. “Estamos en contacto directo con el edificio de Safranar. Conocemos a todas las vecinas y ahora las necesidades han cambiado mucho; necesitan herramientas para trabajar, ordenadores… Lo que nos piden las vecinas intentamos conseguirlo y se lo enviamos en cajas personalizadas para cada piso”, explica.
La tragedia aún está reciente, y muchos vecinos ni siquiera han empezado a digerirla. “La gente ha empezado a ser consciente a partir del miércoles. Muchos aún estaban en shock, está siendo muy duro a nivel emocional y nos llaman todos los días llorando para darnos las gracias por la ayuda”. Otros, ni siquiera han querido pedir nada todavía, “ayer vino un vecino con un par de zapatos quemados”, dice Correcher.
“¿Somos valientes, no?”
Valientes es “una pequeña S.L que ha actuado como una S.A. Me siento la Coca Cola, el nivel de trabajo ha sido estratosférico con las donaciones”, cuenta Amalia. Añade que tomaron el mando de manera natural, al regentar la academia a la que van muchos hijos de los vecinos, y tener contacto con la mayoría de ellos.
Para Correcher, la suya es una actuación lógica. “Nosotras pensamos que se educa con el ejemplo, y decidimos dar ejemplo y actuar como a nosotras nos hubiera gustado si hubiéramos sido nosotras las damnificadas”, cuenta.
El plano emocional también ha sido muy importante estas semanas, ya que todos se conocían. “Somos vecinos ¿Cómo no vamos a ayudar?”, explica. Añade que el barrio de Campanar en completo se ha volcado desde el primer día con las donaciones, aunque permanece muy afectado. “No queremos pasar por delante del edificio, esto ha sido un shock muy grande para todos. Yo soy la primera que giro la cabeza para no mirar el edificio”, cuenta.
Una semana más tarde los vecinos empiezan a llegar a Valientes para dar las gracias. “Hablamos de otros temas. De lo que vamos a hacer, cómo vamos a recuperar la normalidad… Algunos me dicen ‘vamos a volver a ser vecinos’. La gente necesita recuperar la normalidad, y eso es adaptación y tiempo ¿Somos valientes, no?”, dice Amalia.